Financiar la guerra: Estados Unidos, Coinbase, y el negocio de la muerte

Manuel Fernando Vargas

7/8/2025

Coinbase
Coinbase

En el siglo XXI, el rostro de la guerra ha mutado radicalmente. Si bien los tanques y los portaaviones siguen ocupando la escena bélica como en medio oriente, el verdadero campo de batalla se desplaza hacia esferas menos visibles: la financiación, la tecnología y los flujos de capital. El reciente vínculo entre Coinbase, (la plataforma de criptomonedas más importante de Estados Unidos), y el Departamento de Defensa de ese país (especialmente con agencias ligadas al Pentágono), es alarmante.

Coinbase, una empresa de carácter esencialmente especulativo, orientada al beneficio financiero y sin anclajes éticos claros, se convierte así en un agente activo del complejo militar-industrial estadounidense. Esta alianza abre una discusión fundamental sobre los límites de la financiación privada en los asuntos militares y, más grave aún, sobre la legitimidad de los intereses que motivan la guerra.

Como advirtió el sociólogo C. Wright Mills en The Power Elite (1956), las élites económicas, militares y políticas tienden a fusionarse en un núcleo de poder que dirige el rumbo de las naciones. Cuando una empresa como Coinbase canaliza recursos, datos o infraestructura al aparato militar, no se trata solo de una colaboración técnica: se institucionaliza la idea de que la guerra es rentable, planificable y deseable si produce retornos económicos. En otras palabras, se transforma en un activo financiero.

Esta convergencia no es nueva. El caso de Chiquita Brands en Colombia, documentado ampliamente por la justicia estadounidense, mostró cómo una corporación privada puede financiar grupos paramilitares, promover asesinatos de sindicalistas y socavar gobiernos democráticos, todo en nombre de la "estabilidad empresarial". Si ayer la fruta era el pretexto, hoy es la seguridad digital. En ambos casos, el capital privado promueve violencia, desestabilización y muerte para proteger sus intereses.

La preocupación se agrava cuando se considera el contexto geopolítico actual. Estados Unidos mantiene una presencia militar activa en Medio Oriente, con intervenciones frecuentes en regiones como Siria, Irak o el Golfo Pérsico. El hecho de que una compañía tecnológica y financiera se convierta en proveedor o patrocinador de esa maquinaria bélica incrementa el riesgo de que los intereses privados definan el dónde, cuándo y el con quién de las guerras.

Tal como explican Michael Hardt y Antonio Negri en Imperio (2000), la soberanía contemporánea se articula no solo por el control territorial, sino por la administración global de flujos de poder, tecnología y dinero. En este sentido, Coinbase y el Pentágono no representan simplemente una asociación puntual, sino la consolidación de un nuevo tipo de gobernanza: una en la que la guerra es gestionada como una inversión privada, donde las bajas civiles se convierten en externalidades negativas del negocio.

Este modelo expone un riesgo civilizatorio. La posibilidad de que conflictos armados sean incentivados por la rentabilidad financiera de empresas tecnológicas no es una hipótesis distópica: es una advertencia real. La historia demuestra que cuando el capital privado arma ejércitos, los derechos humanos retroceden. Desde la United Fruit Company en Guatemala hasta Halliburton en Irak, las consecuencias han sido devastadoras.