HACER POLÍTICA NO ES HACER LITERATURA
Contra la tiranía de la palabra...
Imprenta Republicana
4/23/2025


Contra la tiranía de la palabra_
En Colombia, se ha impuesto una forma de censura elegante: la corrección gramatical. No se te prohíbe hablar, se te corrige. No se te calla a gritos, se te desacredita con una tilde. Aquí, el respeto se otorga a quien conjuga bien, no a quien comprende al otro. Se ha vuelto costumbre que quienes dominan la palabra escrita crean dominar la verdad. Y peor: que crean que escribir bien equivale a pensar bien, a sentir bien, a gobernar bien.
En su más reciente columna, Piedad Bonnett no hace una crítica política: hace una corrección de estilo. Lee un trino del presidente Gustavo Petro y lo desmenuza como si fuese un mal poema. Le falta puntuación, coherencia, orden. Y con eso basta: no hay que discutir ideas, basta con tachar la forma. Esa es la pedagogía de los ilustrados de siempre: que el pueblo debe ser educado no en derechos, sino en sintaxis; que si no cabemos en su gramática, somos ruido y desbordamos el escenario.
Han hecho de la gramática una forma de exclusión. Nos han enseñado que un pueblo que escribe como habla es un pueblo al que hay que corregir, y que un político que habla como siente es un político sin legitimidad. Y así, la política queda secuestrada por quienes aprendieron a escribir bonito, pero no a escuchar. Por quienes piensan que gobernar es redactar o que hacer política es hacer literatura.
Pero hay algo que duele: y es ver a la izquierda y al progresismo rendirse ante esa tiranía del lenguaje. Gente con el corazón ardiente por el bienestar del pueblo, que en vez de incomodar a la clase ilustrada decidió parecerse a ella. Que en vez de desbordar el canon, se pusieron a competir por ocuparlo. Que aprendieron a hablarle al pueblo con palabras que el pueblo no usa, pero que la academia premia. Que se dejaron seducir por una ilustración que parecía sensibilidad, que parecía cultura, que parecía pensamie xdnto crítico, pero que al final se expresó como clasismo y confort.
Esos mismos que luego se escandalizan porque sus antiguos aliados "traicionan los ideales", no ven que ya estaban traicionados desde antes: desde el momento en que dejaron de escuchar la voz real del pueblo por quedar bien con quienes siempre lo han corregido. Porque el pueblo no habla como le gusta a los escritores. Pero los escritores han vivido de las historias del pueblo. El pueblo no escribe con las reglas de los escritores. Pero es sobre el pueblo que han escrito.
Y así, en este país donde la literatura ha sido elevada a un lugar político superior al que ocupa el pueblo en la opinión pública, se ha confundido al ilustrado con el sabedor, al bien escrito con el bien intencionado, al culto con el justo. Y se ha despreciado, en voz baja y entre comillas, a quienes supuestamente no saben hablar. Pero el pueblo sí sabe. Y muchas veces, quienes más saben son quienes peor escriben. Porque no han podido o no han querido escribir la palabra: han estado demasiado ocupados sosteniendo el mundo.
El lenguaje no es neutral. Es una tecnología de poder. Desde la colonia se nos enseñó que había que decir las cosas “como Dios manda”, que el acento debía ser correcto, que el sujeto debía estar bien puesto. Se nos corrigió la lengua para corregirnos el cuerpo. La buena escritura fue, durante siglos, la marca de la obediencia. Y todavía hoy, muchos escritores herederos de la academia liberal siguen juzgando al pueblo como quien juzga una mala redacción.
Nosotras y nosotros hemos aprendido otra cosa: que la vida no se ordena con puntos ni se resuelve con oraciones subordinadas. Que el saber no siempre escribe libros, pero sí levanta casas, cura con yerbas, inventa máquinas, siembra comida, cría hijos. Que el respeto verdadero no está en el tono con que se habla, sino en la disposición a escuchar. No hay sabiduría más honda que la del pueblo colombiano, no porque haya sufrido, sino porque ha creado. Porque su historia está hecha de invención, de fuerza, de ternura radical que nos ha mantenido vivos.
Y valoramos profundamente que la academia liberal no haya deformado el amor de Gustavo Petro por su país. Que no haya convertido su sensibilidad en adorno. Que su pensamiento no se esconda detrás de la puntuación, sino que se lance, a veces desbordado, como quien no tiene tiempo para las formas cuando lo que arde es el fondo.
Mientras él ame a este país como lo ama, el pueblo lo amará. Porque al pueblo no le importa una coma de menos o una palabra de más. Le importa ser visto. Le importa que alguien esté dispuesto a luchar con él, a su lado. Y si para eso hay que saltarse una regla gramatical, que se salte. Que se quiebre el lenguaje si con eso se ensancha el horizonte.
Porque no es cierto que el estilo sea el hombre. Esa es la frase de quien ha confundido la palabra con el mundo. El estilo es la máscara de clase de quienes no soportan que el lenguaje se les escape, que se desordene, que se democratice. El hombre —la mujer, el pueblo— está en otra parte: en la historia que se vive, en la pregunta que se hace, en la posibilidad que se abre.
Porque hay una belleza inmensa en cómo habla el pueblo. En cómo nombra el mundo, en cómo reinventa el lenguaje, en cómo afina las palabras con el trabajo, con el afecto, con el cuerpo. Hay una poética en el gesto del que resuelve, en el que siembra, en la que cocina, en la que cuida. Una sabiduría que no cabe en los libros, pero sin la cual ningún libro tendría sentido.
Es más bello el saber popular que cualquier tratado. Más profunda la palabra que nace del ingenio colectivo que la frase más brillante. Más verdadero ese lenguaje vivo, imperfecto, que circula en los oficios, en las esquinas, en los acentos, que cualquier trino pulido para gustar. Y hay que amarlo. Hay que defenderlo. Es lo que hace Gustavo Petro: amar ese lenguaje vivo, confiar en su gente, hablarles como son, sin disfraz.
Y por eso confiamos. Porque este país no ha sido sostenido por quienes escriben discursos, sino por quienes lo levantan todos los días sin escribir una sola línea. Y a ellos, que no escribirían un libro, les hemos confiado la vida. Porque nunca han dejado que este país se detenga. Porque gracias a ellos, seguimos andando.
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UBICACIÓN
Popayán, Cauca, Colombia